martes, 4 de enero de 2011

Richard Hawley: Etiqueta negra.

Suena la voz de Richard Hawley en toda la casa, pinta las paredes de su calidez abismal y uno se siente sucio para degustar su sonido, esto no se puede oír en pijama, ni en chandal, ni siquiera en vaqueros y camiseta, esas canciones merecen un frac negro con pajarita y una copa de champagne al menos.

El bueno de Richard encontró su camino particular tras conocer las mieles del éxito como guitarrista de la mítica banda de Sheffield Pulp, con Jarvis Cocker al frente, pero la vida te pide nuevos horizontes, nuevas inquietudes, nuevas fantasías y él decidió lanzarse al mar de la serenidad, agarrar su guitarra y susurrar al oído sus paisajes, sus amores, sus noches en hoteles solitarios.

El tiempo pasa y su viento arrastra tendencias y se lleva modas lejos, muy lejos donde ya casi ni se ven ni se oyen, hasta que un día el viento las vuelve a traer resucitadas, frescas, recién pintadas, como tus canciones que un día ya muy lejano llenaban todo el espectro musical, tiempos de Frank Sinatra, Bing Crosby o Tony Benet, tiempos de whisky, sombreros y trajes a medida, tiempos ya pasados, gastados, oxidados, apenas Chris Isaak logró cantarnos hace no mucho de la manera que tú lo haces.

Ya no hay crooners como los de antes, la gente no sabe que son, suena a marca de cerveza, cerveza negra, fina, limpia, eso sí. Ya nadie canta mirando a los ojos, ya nadie incrusta su música en la mirada del oyente, todo es más ligero, más tenue, más superficial, tus temas no, esos todo lo calan, todo lo llenan, son de oro de 18 kilates, a veces se posan en el sofá y se duermen meciéndose en tu regazo a veces flotan en el ambiente, como el humo de un cigarrillo que parece que no se mueve pero lentamente va cambiando de forma y todo lo impregna.

Tus  discos hay que escucharlos a oscuras en la habitación, así el tiempo se detiene y no hay nada más en el universo que tu voz y mis oídos, tu obra y mi mente, tu sonido y la penumbra, la tiniebla total es tu hábitat natural sí, una vela pálida y ardiente como mucho, una vela que ilumine y muestre el sendero a tus versos, tus fraseos lentos, calmados, tiernos y templados para que puedan llegar suavemente a su quietud, a su descanso final.

por Caarte

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