miércoles, 8 de diciembre de 2010

Para que tú te llamaras Ángel González

Para que tú te llamaras Ángel González hizo falta un anchísimo espacio y un larguísimo tiempo que desembocaron en Pedro González Cano y María Muñiz, el primero se fue cuando apenas tenías dos años por un capricho del destino, la segunda te sacó adelante en el peor de los escenarios: noticias alarmantes en desvencijadas radios, vecinos que arriesgan su vida con medias mentiras, vecinos que traicionan toda una vida en común porque piensan distinto a ti, revoluciones que te quitan a tus dos hermanos mayores, casquillos de bala en la calle y muros que intentan inútilmente aguantar el impacto de las bombas del 36.
Tuviste que dejar las calles mojadas de tu Oviedo natal y su Fuertes Acevedo 8 todo bajo la atenta mirada del silencioso y guardián Naranco, para postrarte en una cama de León y leer, leer y leer…Juan Ramón Jiménez, Lorca, Alberti…y animarte a empezar a escribir tus primeros poemas, poemas cargados de realismo social.
Anidaste en varios lugares, en distintos lechos, bajo numerosos cielos: Oviedo, León, Madrid, Alburquerque…y en todos dejaste amistades a raudales, risas, noches que mueren con la claridad cegadora en los ojos, y en todos buscaste la soledad, esa fiel amiga con la cual reflexionar, pausarte y escribir esos poemas que hablan del paso del tiempo, de la muerte antes de estar en ella, del rocío que se posa en los hierbajos furtivos de las calles de Oviedo.
Profesor, periodista, crítico musical, funcionario y poeta, sobre todo poeta fueron los disfraces en los que te escondiste en tus 82 años de vida, esos son los ropajes con los que te gustaba definirte y no los ropajes que nos sirven para ir decorosamente por la vida y cubrirnos del frío, esos nunca te gustaron, podías llevar chaquetas de hace 15 años o mezclar una camisa roja con un gastado pantalón azul.
Oviedo sigue igual, con sus perennes nubes que amenazan lluvia, sus calles frías y grises y sus gentes de aspecto serio y jovial al mismo tiempo, y Madrid pues también sigue allí donde la dejaste, con su bullicio y sus prisas y con su cafetería Kon-Tiki con sus vasos a medio vaciar y tu mesa solitaria esperando a que vuelvas a posar tu whisky sobre ella…ya no es la misma ciudad que conociste hace 60 años, esa ciudad donde escribiste: Aquí, Madrid, mil novecientos/ cincuenta y cuatro: un hombre solo./ Un hombre lleno de febrero,/ ávido de domingos luminosos,/ caminando hacia marzo paso a paso,/ hacia el marzo del viento y de los rojos/ horizontes- y la reciente primavera/ ya en la frontera del abril lluvioso…-/ Aquí, Madrid, entre tranvías/ y reflejos, un hombre: un hombre solo.
El tiempo sigue su lento caminar pero tú ya no estas y es una lástima la verdad.

por Caarte.

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